jueves, 24 de enero de 2008

Un exitoso ejercicio de banalización

Título: El niño con el pijama de rayas
Autor
: John Boyne
Editorial
: Salamandra
Sección: Narrativa extranjera


El alumbramiento, que no iluminación, de John Boyne tuvo lugar en el cruce de caminos y crisol de culturas que era Dublín allá a principios de los años setenta. Por vocación, aburrimiento, imperativo familiar o, como es el caso más extendido, para poder fumar cositas ricas y asistir a fiestas de la cerveza lejos de la usualmente tan inquisitiva como censora mirada paterna, el señor Boyne se proveyó de unos estudios superiores en el Trinity College y en la Universidad de East Anglia. Con el paso del tiempo ha perdido algo de pelo y se ha hecho escritor, noble oficio con el que vive, considerando las ventas de su último libro, casi tan bien como un dependiente de la CdL...

Bruno sueña con ser explorador. En sus juegos se aventura por las muchas dependencias de la gran casa en la que vive con sus padres, su hermana y el servicio en Berlín. Un día su padre recibe la orden de un atrabiliario personaje, el Furias, de ir a trabajar a otro lugar y Bruno ha de acompañar a toda su familia, dejando atrás a sus amigos, abuelos y todo lo que conoce, para marchar allí donde ha sido destinado. Para decepción de Bruno su nueva casa resulta ser un lugar lúgubre y angosto en comparación con la anterior, algo hostil pesa como una sombra ominosa sobre el misterioso lugar que se encuentra tras la valla que divisan y no hay niños con los que jugar. Pero un día, recorriendo solitario el perímetro delimitado por la alambrada, encuentra una inusual figura, la de otro niño, Shmuel, un niño misterioso, taciturno, vestido siempre con el mismo sucio y raído pijama de rayas. Entre los dos construyen un espacio de reconocimiento y afecto que les llevará a diluir las imaginarias fronteras trazadas por los adultos.

Uno de los personajes de El Gran Lebowsky decía en determinado momento: "¡Esto no es Vietnam, en los bolos hay reglas!". De un escritor respetuoso con los potenciales lectores cabría presumirse un escrúpulo por el bien hacer similar al que manifestaba el personaje de la película de los hermanos Coen en relación a su juego. Con El niño con el pijama de rayas
Boyne no da muestra alguna de consideración hacia nadie.
Centrar la atención en una figura como Bruno, hijo del comandante de un campo de exterminio, es un planteamiento audaz por la instintiva repulsión que podría provocar, consecuencia del gesto atávico de extensión genealógica de responsabilidades que sólo la racionalización es capaz de neutralizar. Pero para ir más allá y conseguir cierto grado de identificación con él, requisito en una historia de este tipo en la que el componente emocional es casi exclusivo, haría falta que la caracterización de Bruno se clarificara porque, a decir verdad, uno no sabe muy bien si sigue habitando en los algodonosos paisajes de la etapa pre-moral o si adolece de la peor expresión de la bondad; dicho de otra manera: o exhibe una obstinada inocencia exenta de crueldad, algo raro en los albores de la adolescencia, o es tonto de remate -además de un pijo-.
Por si fuera poco al autor le da tiempo a verter todo el catálogo de estereotipos de la sociología del nazismo y el Holocausto: el abuelo veterano de la Gran Guerra con prusiano sentido del honor y la grandeza de Alemania que inculca al hijo; la disidencia cosmopolita de la abuela; el joven oficial fanático de las SS empeñado con su vesania en hacer borrar la mácula de un padre exiliado; la hermana representado el papel de joven boba carne de cañón para las Juventudes Hitlerianas; el niño judío que es inteligente, habla varios idiomas y proviene de familia humilde pero culta; el camarero judío que es igualmente bondadoso, además de médico; el postramiento de la madre alcohólica...
Para concluir el catálogo descriptivo de iniquidades perpetradas mencionar la tomadura de pelo permanente que supone una peripecia cuya inverosimilitud alcanza cotas tales que requieren algo más que buena voluntad para aceptarla.

Personalmente considero El niño con el pijama de rayas no sólo un mal libro, sino contraproducente y hasta peligroso. En su desaforada pretensión de dar lo que el público espera retoma tópicos antisemitas -la idea seguramente no intencionada de los judíos como una intelligentsia (considérese los dos personajes de esa confesión que se describen) no recoge en absoluto la realidad de un inmensa mayoría de campesinos pobres-, de género -las actitudes de los personajes masculinos son autoritarias, violentas; las de las mujeres soñadoras [hermana], pasiva [madre], tolerante [abuela], lo que pese al exacerbado patriarcalismo de la ideología nazi no supone más que una redundancia simplificadora que escamotea la posibilidad de una aproximación a aspectos más complejos y reveladores de la sociedad alemana del periodo-, en una desoladora y escuálida muestra de falta de imaginación para construir una historia o, cuando menos, de paciencia y laboriosidad para llevar a cabo una documentada reconstrucción. Casi preferiría, ya puestos a infantilizar el asunto, leer Teo en el Lager, Pocoyo se apunta a un Sonderkommando o Cucú-trás de excursión con el Einsatzgruppen
.

La literatura de calidad ambientada en la Alemania del III Reich y el Holocausto es amplia. Por su brevedad y accesibilidad una lectura idónea para todas las edades es Reencuentro, de Fred Uhlman
, editado por Tusquets.

Antonio

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Ya era hora!!!!!...muy bueno, la verdad es que es de esos libros que no me llaman, y despues de esto pues menos aun, la verdad....aunque a Pocoyo me lo veo mas como director de un campo de concentracion (que sea siempre yan feliz me parece sospechoso....como la harina de chema) y espinete accionando la camara de gas!!!!!....ala, a seguir comentando libros tronco, que fijo que tienes un monton para hacerlo.....

uno más dijo...

Nadie se podría imaginar que tu sueldo lo está pagando este libro.

Anónimo dijo...

jajajajaja!!! maravillosa reseña. A mí tampoco me llama nada este libro. Y me gusta leer reseñas duras y con humor. Un abrazo a Pocoyo desde aquí.