miércoles, 25 de junio de 2008

Conjugar el dolor


Título: Los verbos auxiliares del corazón

Autor: Peter Esterhazy

Editorial: Alfaguara

Sección: Narrativa extranjera


Sobre el autor, perdonad mi pereza -aunque también podríais reconocer en el gesto beatífica humildad-, reproduzco parcialmente la semblanza de la solapa del propio libro: "Peter Esterhazy nació en Budapest (1950). Estudió matemáticas y ejerció durante cuatro años en un instituto de investigación. Entendido en soledades, ángeles y mujeres desde su juventud, tras sus primeras publicaciones siempre ha trabajado como escritor independiente. Desciende de los príncipes Esterhazy -una de las familias nobles más relevantes de Centroeuropa- y hace años que está considerado como el maestro indiscutible de las letras húngaras (...)Entusiasta y diletante, aspira a convertirse en the man for all seasons o, al menos, en un respetable gigoló de la tercera edad como su admirado Bohumil Hrabal.(...)"


Es raro el individuo que al contemplar por primera vez a cualquier miembro de su progenie -por conciencia social y racionalidad es conveniente que no se prodiguen en exceso esos momentos de contemplación extática de la propia obra de uno, salvo que se trate de alguien del Opus, pero aquí hablábamos de racionalidad...Un saludo desde aquí para nuestros lectores y clientes del Opus, por supuesto- no ve en ese ente desvalido, arrugado y maloliente un auténtico milagro de hermosura en el que adivinar las más altas y ennoblecedoras cualidades del espíritu, amén de vertiginosos parecidos. El afecto desfigura y la biografía compone tanto de un libro como el propio autor, salvo contadísimas excepciones -aún hipotéticas salvo para los teóricos de la literatura, críticos literarios y demás faranduleo-. La biblioteca de cada cual es hija suya a medias voluntaria, territorio dado a las incoherencias y delirios, abismo de vivencias más o menos inconfesables -casi siempre confesables aunque casi siempre guste pensar lo contrario por mor del suspense y la intriga, novelistas inevitables que somos todos-. Recomendar un libro conlleva el riesgo de provocar estupor: al fin y al cabo se trata de entreabrir los postigos de nuestra alma y las más de las veces tanta intimidad repele, con razón. Aquí concluye este verboso ejercicio de profilaxis y autojustificación.


El dolor es la más fecunda de las emociones. Lo demás existe por contraste. La única experiencia seminal es la vivencia del dolor. Este libro, construido en una primera persona doble, explora de una manera sincopada -en la voz, la peripecia, la sensación- esta premisa a través del relato de un hijo de la muerte de su madre y la pérdida de un mundo; los recuerdos que se extinguen, la imaginación que recrea y sustituye, el engaño, al fin y al cabo, que elaboramos para nuestra supervivencia. Y ese relatar, el hecho mismo de narrar es, junto con lo anterior, el otro pilar sobre el que se construye esta pieza extraña y seductora: citar es autocitarse, intertextualizar como enseña, la reflexión metaliteraria como constante, difuminar las siempre débiles fronteras de la vida y la literatura, la biografía y el relato como objetivo necesario.


"Me ocupo de lo literario, como siempre convertido, objetivado, en una máquina de formular recuerdos y de escribir. Todo en el mundo existe para concluir en un libro, dice Mallarmé. Ni siquiera me da vergüenza, me he conformado con tener la cara que muestran mis libros. A esto le pondré remedio".


"A veces, durante el trabajo en el relato me he sentido realmente harto de toda esta franqueza y honradez; y he deseado ansiosamente escribir pronto otra cosa, en la que pueda mentir y transfigurarme un poco, como -digamos- de costumbre."


Una cita de Wittgenstein abre y define esta breve pieza: "Quien puede hablar, puede tener esperanza, y viceversa". Y quien puede leer, esto es, hablar con un libro, y escribir, es decir, hablar a través de la escritura, también.
Antonio




6 comentarios:

Anónimo dijo...

Comenzé la primera hoja y cerré el libro. Lo confieso. Pero a veces la vida, sólo a veces, nos da una segunda oportunidad. Ésta ha venido de la mano de Antonio pues el desgarro del alma que experimenta el escritor también lo ha sentido nuestro crítico, y de eso en sí trata el arte...de sentimiento. Lo leeré Antonio, lo prometo, aunque el final sea duro y escatológico.
Cada uno puede conjugar sus verbos y se agradece que otros nos hablen de su congujación.

Nuria

Anónimo dijo...

será porque estoy de vacaciones y ya me he bebido tres cervezas mientras comía una ensalada turca (con cuscús y cosas verdes vegetales) que me parece que eres demasiado prolijo en tu verborrea pues no me he enterado de nada, tal vez el problema esté en mí mismo, pero vamos, que mi pregunta es ¿de qué coño va este libro?

nu me enterau

Un abrazo a todos los currantes que yo estoy en la playa jajajajajajajajaja

Mac-nuel

Anónimo dijo...

lo que sucede es que a un tipo se le muere la madre y le da por ponerse a contarlo, como le podría haber dado por cualquier otra cosa.

de lo que "va" y también trata de ir la reseña, con seguramente escasa fortuna, es de que, como pone de manifiesto el comentario de Manuel, hay ciertas cuestiones que son incomunicables pero no por ello está de más intentar transmitirlas, por desolador que pueda resultar empeño tan baldío.

antonio

Anónimo dijo...

La madre hace caquita.
Seguro que así lo entiendes mejor, Manu
Un abrazo
Nuria

Anónimo dijo...

Gracias Nuria
Ahora ya sí me queda claro del todo, joe, es que este Antoñito el cirueleroooooo

Besos a todos desde Málaga, y este sábado me voy al Mulacén y a unos baños árabes a Granada!!!!

Anónimo dijo...

Antonio, no se si prefiero leer el libro o leerte a ti. El intento de escribir lo ilegible te hace literarura misma, y de la buena.
Wittgenstein te va al pelo, el dominio del significado es, seguro, mucho más vasto que el de la referencia -o reseña-(que ya es, por lo menos para el resto de los mortales).
Un beso "ricitos de oro".
Sara.